¿Qué hacer en Tallín? Capítulo 3.
Aunque se encuentra en un lugar que no es fácil de encontrar, merece la pena pasarse a verlo. Si buscas un lugar donde pasar unas horas divertidas sólo o con familia y ver multitud de objetos y máquinas que tienen relación con el mar, te recomiendo que lo visites.
Visita al museo de Lennusadam.
La localización de este museo la podéis ver en el siguiente mapa. Esta algo apartado y hay que callejear un poco para poder llegar, pero como dije anteriormente, merece la pena. Está abierto de martes a domingo (el lunes cierra), de 10:00 a 19:00.
Lennusadam significa «puerto de hidroaviones» en estonio. Si llama así porque el edificio principal de este museo, que forma parte del Museo Marítimo de Estonia, es un antiguo hangar de hidroaviones que formaba parte de la fortaleza naval de Pedro el Grande.
Además de este enorme hangar, hay una zona (solo abierta en verano) en la que se pueden contemplar una gran cantidad de vehículos militares, la mayoría de ellos, soviéticos.
En el exterior, en el puerto, hay otra zona donde puedes subirte a varios buques de guerra pequeños, y también al famoso rompehielos Suur Töll.
Empecemos…
En primer lugar tenemos que dirigirnos al edificio principal. Es ahí donde se encuentra la mayor parte del museo y algunas atracciones para los niños. El precio para adultos es de 10 euros, y para los niños de 6.
En el mostrador, podrás adquirir además un plano de la zona. A la izquierda de la entrada hay una pequeña tienda de recuerdos y a la derecha, además de una escalera que hay que subir para comenzar la visita, tienes a tu disposición un guardarropa. Dentro hace bastante calor, así que no es mala idea dejar ahí tu abrigo. Si vienes en verano, no tendrás este problema.
Tras subir la escaleras, te encontraras con una cafetería, y con una increible vista del interior del recinto. Lo que te llama inmediatamente la atención es un enorme submarino situado en un lateral.
Si te fijas bien, parece que han estructurado el museo en tres partes. El aire, la superficie del mar, y las profundidades. Para simular esto, han construido unos pasos elevados. Por encima de ellos puedes encontrar un hidroavión y algún que otro objeto volador. A nivel de superficie encontrarás cañones navales, barcas y pequeñas embarcaciones, así como boyas y la entrada al submarino, y por debajo, minas, torpedos y el resto del submarino.
En el aire podrás ver uno de los hidroaviones que operaban desde este hangar. Está un poco alto por lo que no es fácil apreciar todos sus detalles.
Bajando a la superficie, lo primero que encontrarás serán algunos carros de combate y cañones de artillería antiaérea.
Mas adelante tienen una gran cantidad de ametralladoras y cañones navales. Hay algunos de un calibre realmente grande.
Cuando ya no tengas más cañones que ver, llega la hora de visitar la atracción principal de este museo: el submarino Lembit.
El submarino Lembit fue costruido para la Armada de Estonia en 1936, antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Participó activamente en ella, llegando a hundir varios buques alemanes. Tras la guerra, paso a manos Soviéticas, cuya bandera llevó por varios años.
Tras la independencia volvió a manos estonias, hasta el año 2011, cuando pasó a dique seco.
Durante un tiempo estuvo amarrado en el puerto del museo, pero actualmente lo han introducido dentro del hangar. Pasear por su interior es toda una experiencia ya que uno se puede hacer una idea de lo duro que debió ser vivir en el.
La escotilla de entrada da a la sala de torpedos. Pese a ser una sala donde había armamento de gran tamaño, se pueden ver camastros por doquier. Es un submarino, la falta de espacio prevalece sobre otras necesidades.
A continuación, viene el camarote del comandante y el puesto del operador de sonar.
Luego encontrarás el puente. Aquí está el periscopio, los mandos de control del submarino y multitud de válvulas e indicadores.
Después de jugar un poco con el periscopio (aunque no se ve nada de nada), llegamos a la zona en la que se encuentra la cocina y la sala de máquinas. Sigue habiendo camastros en cualquier rincón libre.
La verdad es que me imaginaba todo más estrecho y claustrofóbico, pero en algunas zonas da sensación hasta de amplitud. He estado en otros submarinos y sí que he sentido esa falta de aire, de espacio. En este, seguramente porque estaba vacío de gente, no me ha dado esa impresión.
Hola de salir de nuevo a la superficie, para a continuación, bajar al mundo submarino (de forma simulada, no al que tanto me gusta a mí).
El museo tiene una buena colección de minas antibuque y torpedos de todos los tamaños y colores.
Tras verlos, me encuentro con algo que capta rápidamente mi atención. Se trata de un simulador en el que puedes disparar (de forma simulada, claro) una ametralladora antiaérea a las aeronaves que se te acercan. ¡A jugar se ha dicho!
Tras echar varias partidas decido continuar, y ¡oh sorpresa!. Hay otro simulador, esta vez de vuelo. La pena es que este sólo sea para niños (aunque algún adulto se monta también). Se trata de un biplano al que debes pilotar para atravesar ciertos puntos. Parece muy divertido también.
Hay un tercer simulador, en una especie de piscina, en el que se encuentras varios barquitos de control remoto que puedes dirigir. No me gusta mucho, así que no le saco ni fotos.
Creo que ha llegado la hora de salir al exterior. Con la entrada tienes derecho a visitar la zona del puerto, en la que hay varios buques pequeños de guerra y un antiguo rompehielos.
En primer lugar, me dirijo hacia los buques. Son en su mayoría dragaminas o patrulleros. Como hoy hace un día de perros y el mar esta muy revuelta, subirse en estos barcos te hace sentir como si estuvieras en un tiovivo. Subes y bajas. Subes y bajas. Hace mucho frío y no se puede entrar dentro, solo permanecer en cubierta, así que no me quedo mucho tiempo por allí.
Fuera del mar hay algunos barcos también, aunque hay uno que llama especialmente mi atención.
Se trata del patrullero P421 Suurop, fabricado en Finlandia. Me gusta los colores con los que ha sido pintado y parece que se puede entrar dentro, pero no. Mi gozo en un pozo.
Donde si se puede entrar es en el interior del rompehielos a vapor Suur Töll.
Según la mitología estonia, El Gran Töll (Suur Töll) era un gigante que vivia con su mujer en la isla de Saaremaa. Este rompehielos del comienzos del siglo XIX toma su nombre de él. Originalmente construido para el imperio soviético, pasó por diferentes manos hasta que al final de su vida operativa, en 1985, fue vendido como chatarra al Museo Marítimo de Estonia, quien lo restauró por completo.
Aunque en la rampa de acceso hay un cartel que indica que hay que pagar 5 euros por la entrada, no hay nadie para cobrar por lo que pasamos directamente. En el interior tampoco encontramos a nadie que se encargue de estos menesteres.
Se trata de un barco realmente grande, por lo que impresiona caminar por su cubierta. Hace tela de frío, así que vamos para dentro.
Todo el interior está decorado al estilo de comienzos del XIX. Es muy interesante ver como eran los camarotes, la cocina, los aseos…
No menos impresionantes son las cubiertas inferiores, en las que se encuentran la sala de máquinas y las calderas de carbón, las cuales proporcionaban el vapor suficiente para mover a este gigante.
Tras pasar un buen rato recorriendo pasillos y subiendo y bajando escaleras, llega la hora de salir. Con esto finaliza la visita al museo Laanusedam.
La verdad es que no sabía que me iba a encontrar al visitar este museo, pero he de reconocer que me ha sorprendido gratamente. Puedes pasarte horas en él. Tanto el interior como el exterior tienen mucho que ver. Los niños se lo pasan muy bien (y los mayores también). Os lo recomiendo.