Viaje a Estonia 5
(25 y 26-04-2015)
Último fin de semana aprovechable en Estonia, así que nos disponemos a hacer nuestro último viaje. Hasta ahora hemos visitado la capital, el helado centro del país, el aislado oeste, el lejano sur, y el vacacional sudoeste. ¿Qué nos falta?… Si, nos falta el Este. ¿Y qué tenemos en el este? Rusia!!! Pero no, nos vamos a ir a Rusia, nos vamos a contentar con llegar a la frontera, a Narva, y de paso ver algunas cosas por el camino. Fragoneta y manta. A la aventura! Nuestro viaje previsto va a ser más o menos el siguiente: Habíamos mirado en google earth y en algún otro sitio cosas para ver en el camino, y la ruta quedaría más o menos así:
1. Salida de Tallín directo hasta Narva. Visita a la ciudad y a la frontera con Rusia.
2. Vuelta hasta Rakvere para ver unas ruinas de un castillo.
3. Parada en el Parque Nacional de Lahemaa para hacer una caminata corta muy peculiar.
4. Parada en Hara para ver una antigua base soviética de submarinos.
5. Si había tiempo, visita a la catarata de Vasaristi y una antigua mansión en Kolga.
6. Vuelta a Tallín. A priori, muchos kilómetros y mucho que ver para una sola jornada, pero había que intentarlo.
Primera jornada: vamos a ver Rusia!
Tras una dura noche, nos levantamos temprano para aprovechar el día al máximo. Como podéis ver, la mayoría iba bastante perjudicado, por lo que aprovecharon el viaje para recuperar algo de sueño.
Esta fotografía también cumple con la normativa en vigor.
Hemos tenido mucha suerte, y hace un día espléndido. Sol y buena temperatura. Nada más salir, decidimos cambiar nuestros planes, y parar a la ida en el castillo ese en ruinas de Rakvere, para que no se nos haga tan largo el viaje. Las carreteras no están nada mal y no hay tráfico apenas, por lo que llegamos a la ciudad de Rakvere en poco tiempo. Tan poco, que tenemos que despertar a alguno que aún sigue durmiendo. Otros, medio adormilados, preguntan si ya hemos llegado a Narva. Tras dar alguna que otra vuelta, llegamos a una zona de aparcamiento justo al lado del castillo. Aparcamos, y lo primero que nos llama la atención es una enorme escultura de un toro. Un toro! Pasamos del castillo en ruinas y nos vamos primero a ver la estatua. Es enorme. No queremos perder mucho tiempo, así que nos dirigimos hacia las ruinas para ver si se puede entrar dentro.
Vemos que hay varias personas disfrazadas de época en la puerta, así que la mayoría optamos por entrar a ver que tal. Lo primero que te encuentras es una tienda de artículos de regalo. Echamos un vistazo y nos informan que por seis euros se puede visitar el «castillo». Lo pongo entre comillas porque desde fuera parecen unas ruinas.
Nos parece un poco caro para ver unas piedras caídas, pero nuestra curiosidad nos puede y entramos (casi todos, tenemos dos bajas). He de decir, que nunca he empleado tan bien seis euros. Una vez dentro te das cuenta inmediatamente que de ruinas nada. Es todo un castillo! Lo tienen muy bien montado para los visitantes y casi en perfecto estado. Esta claro que hay partes que están derruidas, pero la gran mayoría, sobre todo el interior, está en perfectas condiciones.
Antes de entrar, una señora nos pregunta si nos queremos vestir de caballeros con una especie de ponchos con la cruz de los caballeros hospitalarios, a lo que respondemos afirmativamente. Debe ser lo típico del lugar (más tarde descubrimos que éramos los únicos pringaos que iban disfrazados). Hemos llegado pronto y no hay apenas nadie (de hecho, solo vemos a otra pareja dando vueltas). La señora de antes nos habla un poco del castillo y nos pregunta si queremos que nos abra algunas salas, entre ellas la de la tortura, a lo que respondemos que si (faltaría más). Mientras la señora va abriendo salas, bajamos a lo que algún día fueron las bodegas. Está bastante oscuro, pero tras unos minutos la vista se acostumbra y comienzas a ver mesas y barricas por doquier. Sed no debían pasar los caballeros.
Mas tarde visitamos las salas de tortura. Están muy bien ambientadas y nos hacemos rápidamente a la idea de lo que debió ser pasar por ellas.
Tanto nos metemos en el papel, que algunos incluso nos introducimos en una jaula. El último que se metió casi no logra salir. Lo conseguimos sacar tras unos minutos de tira y afloja ya que la puerta se había quedado atascada. Podéis entender que él fuera el último. Nadie más quiso arriesgarse a quedarse encerrado. Tras la sala de los artículos de tortura, había otra que la tenían ambientada en plan halloween, con tumba de drácula incluida. Había efectos sonoros, por lo que acojonaba un poco.
A continuación visitamos las murallas, muy divertidas ya que había pasadizos pequeños por algunos sitios, y escondidas puertas. Esto es una de las cosas que más me gustó de este castillo: la posibilidad de entrar por donde uno quisiera. No había barreras ni carteles de prohibido el paso. Eras libre de ir a tu antojo.
La otra cosa que más me gusto (y mucho) es la posibilidad de tocar y cogerlo todo. Si, todo! En el salón del trono, puedes coger todas las espadas que hay colgadas (y hay muchas).
Y en una especie de sala museo, puedes coger las armaduras, los cascos y las armas y probártelos! Es aquí donde empezamos a dejar de ser adultos y nos convertimos en niños. Nos probamos todo lo que pudimos (aunque sinceramente no estábamos seguros de si eso se podía hacer), pero como nadie nos llamó la atención, nos convertimos por unos minutos en caballeros medievales, y disfrutamos como eso, como niños. ¿Quien decía que seis euros era mucho por ver unas ruinas?
Tras seguir visitando salas y subiendo escaleras imposibles, decidimos salir al patio interior. Antes nos encontramos con un monje guerrero que estaba leyendo un antiguo códice con unos símbolos muy extraños… Si creíamos que ya no había más que ver… error! Aun nos quedaba mucho. En el patio hay un montón de actividades preparadas para los visitantes (sobre todo para los niños), y tienen varios animales, entre ellos un cabrón (si, se llama así, que pasa) muy curioso. Por un módico precio podías tirar con arco, o disparar un cañón.
También podías entrenar la lucha con lanza (sin caballo, eso sí). Tras un buen rato disfrutando del patio y de lo bien ambientado que lo tenían, llega la hora de continuar camino. Narva nos espera.
Este tramo se nos hace un poco más lago. Nada mas llegar, nos vamos a comer. Como no queremos perder mucho tiempo buscando algo por ahí, entramos en el primer centro comercial que vemos y comemos en un italiano.
Tras saciar nuestro apetito, cogemos de nuevo el coche y lo aparcamos muy cerca de la frontera para dirigimos hacia el castillo de Narva, que se encuentra situado en el lado Estonio.
Desde el patio de este castillo se ve la fortaleza de Ivangorod, que está en el lado ruso.
Lo que es la frontera en sí nos defrauda un poco. Está sobre un puente que atraviesa el río que sirve como frontera natural, pero demasiado lejos como para verlo bien a simple vista. Nos habíamos imaginado a los soldados rusos en sus garitas y cosas así, pero lo único que vemos es un puente llenos de vehículos parados. Debe costar un buen rato de cola entrar en Rusia (si te dejan entrar, claro).
Tras echar muchas fotos, decidimos cambiar de lugar para tener una vista mejor del río con las dos fortalezas a ambos lados.
Se hace tarde, así que tenemos que volver. Antes, hacemos una parada al norte de Narva, muy cerca, para ver un monumento hecho con un tanque ruso. Cuando llegamos esta lleno de gente de una boda. Un hombre se ha subido al cañón y tras llegar a la punta del mismo, ata un pañuelo. Debe ser una tradición aquí. Una vez vi en otro país báltico algo parecido pero en un árbol. El novio subía a la parte más alta del árbol posible, para atar un pañuelo de la novia, y eso les traía suerte. Cuanto más alto subiera, más suerte (si se despeñaba y se rompía las piernas, mala suerte).
Unas fotos, y de vuelta, que ya se va haciendo tarde y no nos quedan muchas horas de sol.
Tras un tiempo que se nos hace algo largo, llegamos a la salida que nos lleva al Parque Nacional de Lahemaa. Este parque es enorme, el más grande de Estonia, así que, por esta vez, nos conformamos con dar un paseo por Viru Raba.
Se trata de un sendero de unos tres kilómetros y medio que cruza una ciénaga, que si tienes la oportunidad, no debes perderte. En realidad hay varios senderos que puedes seguir, incluso alguno para hacerlo en bicicleta.
Es un lugar mágico. Vas caminando por unos travesaños de madera la mayor parte del tiempo, y a tu alrededor puedes contemplar el terreno encharcado, pequeñas lagunas profundas de aguas muy negras, que ocultan lo que se encuentra bajo ellas. ¿A qué me suena esto?
Si, soy un poco friki jajaja. La verdad es que si visitas Viru Raba en invierno, debe parecerse bastante, pero nosotros hemos tenido un día muy bueno. Además, pillamos el atardecer, por lo que los efectos de la luz sobre el agua eran increíbles (una pena que no se me de muy bien la fotografía).
Tras darnos un buen paseo y disfrutar de la naturaleza, tenemos que plantearnos el resto del viaje. Nuestra siguiente parada es la antigua base soviética de submarinos de Hara. Se nos ha hecho tarde y queda muy poco para que se ponga el sol. El camino para llegar no está muy claro, y es casi de noche, por lo que, muy a nuestro pesar, abortamos misión, y nos volvemos para Tallín. Si mañana tenemos ganas, volveremos para ver lo que ha quedado pendiente.
Segunda jornada: fight!
El día amanece frío y lluvioso (muy lluvioso). Sin embargo, el que suscribe no estaba dispuesto a irse de Estonia sin visitar la que una vez fue una imponente base de submarinos soviéticos. Actualmente se encuentra abandonada en estado ruinoso, pero eso no impide que uno la imagine como pudo estar en su época gloriosa. Cuando ya pensaba que me iba a ir solo, Víctor se une a la fiesta. Desayunamos y salimos dirección a Hara, pueblo más cercano y de donde tomó en su día su nombre la base.
Pese a llevar navegador, no tenemos nada claro como llegar. Parece que hay un camino que lleva directamente, pero cuando llegamos, resulta que hay un cartel que prohíbe el paso y que indica la presencia de cámaras de seguridad. Habrá que dar un rodeo.
Más al norte parece que hay un pueblecito costero y una de las calles llega casi al mar. Desde ahí se debería poder ir andando. Nos dirigimos al lugar, y más que un pueblecito, se trata de tres o cuatro casas.
No encontramos el camino que lleva a la playa, ni un lugar adecuado donde aparcar el coche. Tras varias y venidas, vemos a dos señoras que se ponen a echarnos la bronca y a decirnos que nos vayamos (más tarde nos dimos cuenta de que nos habíamos metido en sus casas). Como parecen muy cabreadas, decido dar la vuelta ahí mismo, en un pequeño carril. Doy marcha atrás y… catacroc!
El árbol ganó el combate por KO. Resultado de tratar de dar la vuelta con prisas en un carril de tierra perdido en medio de un pueblito de Estonia… un faro trasero roto.
Con un poco de paciencia, y el lenguaje internacional de señas, ya que solo hablaban estonio, conseguimos hacerles ver que queríamos ir a la base de submarinos. No indican que tenemos que irnos, que dar la vuelta y que hay otro camino que lleva a la base.
Como pensábamos que ese camino es el que estaba con el cartel de prohibido el paso, les preguntamos si era posible ir desde donde estábamos andando. Creo que les dimos pena, por nuestra cara de perdidos y por el faro roto, y las señoras cambiaron su actitud. El cabreo se torno en amabilidad. Nos indicaron donde aparcar la furgoneta (en la entrada de una de las casas) y que las siguiéramos. Seguimos a las señoras por un caminillo hasta la costa, y ya en la playa podíamos ver la estructura de hormigón que un día fue una de las principales bases de submarinos soviéticos.
Resulta que la playa estaba a escasos 50 metros de donde dimos el golpe. Y no se veía!
La base en la actualidad, como podréis ver en las fotos, se encuentra en un estado de abandono que da pena. Los pocos edificios que se encuentran en pie están totalmente vacíos y en un estado ruinoso.
No obstante, los muelles de atraque se encuentran casi intactos, y es fácil dejar volar la imaginación para ver como tuvo que ser esa base en sus mejores días.
Cotilleamos todo lo que pudimos, entrando en todos los edificios accesibles, y como curiosidad, aun se ve una pintura soviética. El resto… como se ve en las fotos.
Tras un rato en la antigua base, decidimos ir a ver lo que nos había quedado pendiente. Al salir, vemos que hay un grupo de lugareños pescando y más gente que ha llegado y que tienen el coche aparcad justo allí. Deben haber cogido el supuesto camino prohibido.
No os puedo recomendar que hagáis algo ilegal, pero si la gente del lugar lo hace, y si para llegar directamente únicamente hay un camino… Además, os evitaréis encuentros no deseados con abetos asesinos ;).
Aquí tenéis un mapa que os aclarará mucho como llegar a la base sin dar muchos rodeos. Tened en cuenta únicamente que el camino es muy estrecho por lo que hay que asegurarse antes de meterse de que no viene otro vehículos en dirección contraria, ya que dos coches no caben.
La siguiente parada sería para ver la cascada de Vasaristi. No queda muy lejos, hacia el sur, en pleno Parque Natural. El día anterior no nos habíamos fijado mucho, pero hoy podemos admirar los bosques de coníferas que parecen no tener fin. Los árboles son enormes. Deben llevar muchos años ahí.
Tras un corto recorrido, paramos donde se supone que se encuentra la cascada, pero no vemos nada. Solo una parada de bus.
Tras curiosear un poco, vemos un cartel que indica la dirección a seguir. Resulta que la cascada está muy cerca.
Conforme nos acercamos, comenzamos a oír la caída de agua. Para llevar a la base de la cascada hay que bajar unas escaleras de madera en no muy buen estado, que se mueven bastante. Tremenda piña nos podemos dar si esto se rompe.
No es que sean unas cascadas muy grandes, ya que deben tener unos pocos metros de alto, pero si que tienen una gran belleza. Habíamos pasado muy cerca con la furgo y no las habíamos visto, porque se encuentran ocultas a la vista. El río ha ido horadando la tierra con el tiempo, y tanto su cauce como la cascada, queda por debajo del nivel del suelo.
Debido a esto, hay mucha humedad y todo está cubierto de verde. Incluso vemos alguna rana.
Tras disfrutar un rato del paisaje y del sonido del agua, salimos rumbo a nuestra última parada: Kolga. Otro corto recorrido para llegar a un pueblecito pequeño que parece no tener gran cosa. Aparcamos y buscamos la Casa Señorial. Sorprende nada mas verla que una mansion de este tamaño se encuentre en medio de la nada.
Esta en bastante mal estado, pero sigue teniendo ese porte señorial. Pertenece desde hace varios siglos a una familia de nobles finlandeses (los Stenbock) y ahora parece que la están rehabilitando como museo. No nos quedamos mucho aqui. Un par de fotos, y nos volvemos a Tallín.
Y así acaba nuestro último viaje por este pequeño gran país. Al llegar ignoraba que hubiera tanto que ver, y tanto que disfrutar. Para ser el último, no ha estado nada mal. Nos hemos llevado una gran sorpresa (positiva) con el castillo de Rakvere. ¡Vaya castillo! La experiencia de visitar la frontera con Rusia también ha sido muy positiva. No fue tan emocionante como esperábamos, pero mejor que haya sido así. Y para finalizar, el Parque Nacional de Lahemaa nos ha enseñado una pequeñísima parte de sus maravillas. Me quedo con ganas de conocerlo mejor. Seguro que esconde muchos secretos dignos de ser admirados. En breve nos vamos de este país. Es mi segunda estancia en el, y ya sabéis lo que dice le refrán: no hay dos sin tres. Para seros sincero, no tengo ningún inconveniente en que se cumpla. Este país me ha encantado.